miércoles, 26 de marzo de 2014

No es como la Guerra Fría, es peor.

La crisis en Ucrania, con la invasión y posterior anexión de Rusia de la península de Crimea, ha desatado toda una retahíla inmensa de artículos y columnas que hablan de la nueva situación comparándola con la guerra fría en su similitud o disimilitud. Entre los análisis que ven cierta similitud lejana entre la situación actual con una suerte de nueva guerra fría, se hace énfasis en que la nueva situación en Europa es, como en la guerra fría, de alta tensión político-militar internacional y que se da otra vez una especie de situación bipolar (la OTAN vs Rusia y sus satélites), tal y como ocurría hasta los últimos años 80. Entre los que ven una situación bastante disimilar entre la guerra fría y el nuevo estado de la cosas, suele citarse que ya no hay la hostilidad ideológica de antaño, y que Rusia está en una situación bastante más desfavorable que la URSS (por lo que no podría hablarse de bipolaridad, política de bloques y la tensión consecuente). En realidad, ninguna de las dos perspectivas habituales para analizar la situación europea actual, ya sea para resaltar el puñado de similitudes o no con la guerra fría, o usando cualquier otro parámetro de análisis, está, en mi opinión, alejado de comprender la verdadera nueva situación estratégica y de seguridad que ahora se plantea en Europa. Mi postura es que la situación actual sí se parece bastante a la guerra fría, pero no se parece a la guerra fría. Es una cosa y su contraria a la vez, y de hecho la síntesis superadora que significa esta nueva situación es, quizás, la peor de las situaciones posibles. Como iré explicando en el post, a lo que se parece la situación actual es a la típica crisis de política ficción de la guerra fría que acababa en guerra caliente y catástrofe nuclear. Para ello, compararé la situación actual con la trama de una famosa película (El Día Después), un docudrama de la cadena ZDF también muy conocido (World War III) y un libro de unos de los principales expertos de guerra mecanizada y el teatro europeo (Red Thurst, de Steven Zaloga). Pero vayamos por partes.

Como es sabido, la guerra fría se caracterizaba por una sólida política de bloques, en los que los países de cada bloque eran intocables para los del otro, pasase lo que pasase no podía haber injerencia ni intervención militar en las esferas de influencia mutua. Era una forma bastante simple de mantener la paz y el orden internacional, garantizado por la sanción suprema que significaba una escalada desde la guerra convencional a la termonuclear en caso de que la guerra fría pasase a caliente. Pero la guerra fría no fue siempre así de simple y predecible, durante un corto periodo, de fines de 1988 a agosto de 1991, la guerra fría fue cambiando de reglas de forma bastante rápida, hasta el punto que contra los deseos iniciales de Gorbachov, la propia política de bloques y la URSS terminaron desapareciendo. Las fechas y tiempos de cuándo acabó la guerra fría son siempre bastante escurridizas, porque esta podría haber sido finalizada sin la desaparición del Pacto de Varsovia y sin la reunificación alemana. Esa era la intención inicial de Gorbachov, y si no hubiese sido tan políticamente estúpido, quizás podría haberlo conseguido.

Tal y como puede verse en este bastante buen documental, Gorbachov desmanteló su esfera de influencia en el Este europeo creyendo que los países del Pacto de Varsovia no dejarían de ser socialistas (adoptarían una especie de Socialismo con Rostro Humano) y que no correrían a meterse en la OTAN (a la vez que creyó en las promesas de Bush en Malta de no ampliar la OTAN a los países del Pacto de Varsovia aunque admitiendo una Alemania reunificada en la aliaza atlántica).
 

Tuvimos una suerte increíble en Occidente con que un incapaz político como lo es Gorbachov se hiciera con el poder en la URSS. Todo las medidas que adoptó y permitió que ganásemos esa épica contienda, las hizo creyendo que no le harían perder su esfera de influencia y que simplemente la situación se quedaría como en una suerte de empate, aunque reconociendo el superior potencial económico y militar occidental.

Gorbachov (para nuestro beneficio) no fue capaz de ver la enorme dependencia mutua que existe entre la élite impuesta en los países de esa esfera y su matriz en la gran potencia. Sin el apoyo de la gran potencia para que la élite de esos países se imponga incluso por la fuerza contra su propia población, dicha élite, que es la que se encarga de acatar los mandatos de la gran potencia, se desmorona, y en consecuencia cae la propia esfera de influencia de la gran potencia como si fuera un castillo de naipes.

Al mismo tiempo, al no haber ganado jamás un partido comunista unas elecciones mediante mayoría absoluta, la introducción de la democracia liberal y el multipartidismo en los países del bloque socialista, inevitablemente traería ejecutivos y parlamentos no comunistas, que para pervivir en el poder cambiarían las constituciones internas socialistas a democracias occidentales-burguesas. Una vez se instauran gobiernos de democracia liberal occidental, inevitablemente querrían huir de Moscú y adherirse a la esfera occidental-liberal.

Fenómenos que explicaba en mi primera entrega en Guerras Posmodernas y que afortunadamente al inconsciente de Gorbachov se le escapaban completamente a su intelecto e imaginación, y que están muy bien relatados en ese documental.

En general, podría resumirse de forma muy escueta la guerra fría en Europa, como la existencia de dos bloques político-militares inamovibles y rigídos, que no se atacaría o injerenciarían mutuamente por el riesgo y temor de desencadenar la tercera guerra mundial y la guerra nuclear. Las esferas de influencia eran respetadas, y el equilibrio del terror unido a unas capacidades convencionales no muy dispares, garantizaban militarmente que se respetase ese régimen de seguridad, que era básicamente de seguridad compartida.

Era un mundo bastante predecible y en el que era difícil tomar decisiones equivocadas que llevasen a la guerra. Por lo tanto, en la política ficción apocalíptica de la guerra fría, se tenía que recurrir a situaciones que erosionaran la base de tal esquema. Problemas internos en el centro de la esfera de influencia soviética (Alemania Oriental), como los de Hungría en 1956 o Checoslovaquia en 1968, degeneraban en una situación que ponían en peligro Berlín Occidental y desataban la indignación del mundo occidental. Las esferas de influencia ya no se respetaban mutuamente: la URSS injerenciaba en la parte capitalista de Berlín y Occidente intervenía en Alemania Oriental para detener la sangría de civiles y la restauración de la dictadura comunista.

Ese es el caso de World War III, un genial docudrama que cambia la historia desde desde el mismo 9 de octubre de 1989 (caída del muro). Al contrario de lo que sucedía en el documental histórico de antes, Gorbachov es destituido del Kremlim, siendo sustituido por un general de línea dura que permite al Ejército Rojo intervenir en la represión de las manifestaciones anticomunistas en Alemania Oriental. Desde ahí se suceden una serie de acontecimientos que degenerarán en crisis y luego en guerra mundial (se cierran los accesos a Berlin, el Pacto de Varsovia inicia una ofensiva convencional para desatacascar la situación política y obligar a negociar a la OTAN, etc).


También es el caso de la trama de la famosa película El Día Después. Mientras transcurre la película hasta justo antes de que estalle la guerra, se pueden ir escuchando los noticiarios de cómo se sublevan algunas unidades militares de la República Democrática Alemana, teniendo que cerrar la URSS los accesos a Berlín, comenzando desde ahí la guerra convencional, luego nuclear táctica, y al final una represalia masiva mutua.



Un argumento muy parecido a los anteriores, es el del estupendo libro Red Thrust. Problemas en el ejército de la Alemania Oriental terminan desatando la intervención soviética en el Oeste, haciendo luego Zaloga una excelente recreación de como hubiera sido la guerra entre la OTAN y la URSS, desde el nivel de pelotón al del Arte Operacional.

Al comparar esas situaciones con lo que ha ocurrido en Ucrania y la esfera de influencia rusa en general estos años (invasiones de Georgia y Crimea) uno no puede sino darse cuenta que la porosidad y inestabilidad de dicha esfera (y que trataba de explicar en estos post en Guerras Posmodernas, ver 12 y 3), fuerzan a situaciones muy similares a las descritas anteriormente, y que se componen de dos elementos esenciales. 1) Países de la esfera rusa/soviética cuyo orden político interno se desmorona y/o tratan de salirse de la esfera, forzando a la intervención militar ruso/soviética. Aunque si en la guerra fría dichas esferas se respetaban y la situación era difícil que escalase, en la actualidad EEUU no respeta dicha esfera y promueve agresiones indirectas. 2) Al haber mucha menos tensión ideológica e intenciones de destruir físicamente al enemigo ideológico, la situación estratégica actual hace que pueda ocurrir una guerra limitada por injerir en algún país de la esfera contraria, sin que ello tenga que degenerar necesariamente en una guerra nuclear total. Y eso no es algo que diga sólo yo, es terreno común en los estudios estratégicos admitir que el nivel de hostilidad y amenaza existencial entre las grandes potencias es muy inferior al de la guerra fría, por lo que la disuasión ya no puede limitarse a la disuasión nuclear, sino que también ha de añadirse elementos de disuasión convencional para hacer la disuasión más creíble. Esos cambios en pos de la disuasión convencional (y de disminución del nivel disuasivo de las armas nucleares al no plantearse conflictos existenciales) que lleva años rondando el mundo académico ha tenido su correlato en la política práctica hace poco días, cuando el ministro de exteriores francés llegó a afirmar que en caso de que Rusia invada territorio ucraniano más allá de Crimea habría que recurrir a la fuerza militar.

Por lo tanto, y como conclusión, estamos en una situación estratégica y de seguridad internacional bastante más inestable a la de la guerra fría en su periodo clásico. En ese sentido no se parace a la guerra fría (por ser tan poco estable). Pero sí se parece a la guerra fría en que la situación estratégica es como la de una crisis (de guerra fría) que habría desencadenado la Tercera Guerra Mundial. Es decir, esto no es la guerra fría, es peor. Sí se parece a la guerra fría, pero en todo lo malo y peor que podría haber tenido esta en caso de ponerse al borde de ser caliente. El lado positivo es que la ausencia de tensión y odio ideológico, unido a la disuasión nuclear, hace que aunque las guerras limitadas sean ahora mucho más probables en Europa, estas sean menos proclives a hacerse totales (si es que al final estallan).

Recapitulemos y contrastemos las dos situaciones. La guerra fría se caracterizaba por 1) sólidos bloques y esferas de influencia que no se atacaban o injerían, y 2) equilibrio del terror y de fuerzas convencionales que desalentaba cualquier aventurismo. La actual situación es justo la contraria, 1) EEUU no respeta la esfera de influencia rusa, promueve agresiones indirectas que tendrán una elevada probabilidad de éxito (mucho más que cuando la esfera rusa era controlada mediante dictaduras totalitarias), promueve la adhesión a la OTAN de países de la esfera de influencia rusa y la CEI, 2) la disminución de la efectividad de la disuasión nuclear (teniendo que recurrirse cada vez más a la disuasión convencional) y los desequilibrios militares de fuerzas convencionales (explicados de manera sucinta y clara aquí y aquí). En consecuencia, ahora hay 1) mucha más motivación para atacar la esfera de influencia rusa y 2) muchos menos desincentivos disuasivos nucleares para desalentar esas injerencias y sin la situación militar convencional de callejón sin salida del balance militar de antaño.

Esta es una situación en el que el choque entre Rusia y Occidente es bastante más factible (que en la guerra fría) y en las que los errores de cálculo son bastante más probables. En la política ficción apocalíptica de la guerra fría, el miedo a la destrucción mutua asegurada cuasi garantiza que de la crisis no se pasase a la guerra. Pero ahora ya no podemos contar con eso, que a un ministro de exteriores de Francia se le pasase por la cabeza ir a la guerra contra Rusia y lo dijera públicamente es la manifestación de los peligros que este mundo de disuasión (hasta cierto punto) posnuclear. Y si bien la ausencia del rencor ideológico hace las amenazas existenciales inviables, también permite que potencias nucleares como Francia y Rusia comiencen una guerra que podría ir escalando hasta el intercambio nuclear. Al desaparecer el equilibrio del terror y el miedo, la vía del aventurismo militar, las injerencias en las esferas de influencia ajenas y los errores de cálculo, es hoy bastante más factible. Incluso más que en los tres casos de política ficción apocalíptica reseñados.

En finitiva, la situación estratégica actual en Europa se parece mucho a cómo se imaginaba en los años 80 el fin del mundo mediante una guerra termonuclear.

1 comentario:

  1. Hola. Por fin he terminado de leer todos los artículos que esta crisis ha provocado que escribieras. Y no sin cierta pena, porque son tan buenos que me surge el "¡quiero más!" jajjajaj
    Tengo una duda; creo que en realidad la injerencia en las esferas de influencia del contrario durante la Guerra Fría si se dieron. Es sabido por ejemplo que la URSS financió a los grupos ecologistas y a los grupos izquierdistas; y en respuesta hubo financiación a los grupos proocidentales en los países del Este, por ejemplo al sindicato solidaridad.

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